Cuando yo pasaba por ese largo salón con piso de madera en que resonaban mis pasos, levantaba la vista y miraba a través de las ventanas. Y entonces veía allá, a lo lejos, en la torrecilla que surgía sobre el tejado, la veleta que giraba, giraba incesantemente.
Unas veces marchaba lenta, suave; otras corría desesperada, vertiginosa. Y yo siempre la miraba, sintiendo en mi interior una profunda admiración, un poco inexplicable; esa veleta giraba sin parar sobre la ciudad en que los hombres hacían tantas cosas terribles.
Esta torrecilla que he nombrado en el observatorio; en su cúpula había una hendidura que se abría y se cerraba, y por la que se asomaba, en las noches claras, un tubo misterioso y terrorífico. Todos nosotros sabíamos , nuestro padre nos lo había dicho, que tal tubo era un telescopio.
Una noche de primavera subí. Lucían pálidamente las estrellas; se destacaba, en el cielo claro, la luna. hacia ella dirigimos al tubo misterioso. Y entonces, en esta noche tranquila, yo que por primera vez entraba en mi alma una ráfaga de honda poesía y el anhelo inefable.
* Azorín
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