El cielo lloraba incesantemente por sus innumerables ojos;el río,
hinchándose de rugiente cólera,lamiendo con sus lenguas rojas la entrada de las calles bajas,asomábase a los huertos de las orillas
y penetraba por entre los naranjos después abrir en los setos y en
las tapias.
La única preocupación era si llovería al mismo tiempo en las montañas de Cuenca.Si bajaba agua de allá,la inundación sería cosa
seria.Y los curiosos hacían esfuerzos,al anochecer,por adivinar el
color de las aguas,temiendo verlas negruzcas,señal cierta de que venían de la otra provincia.
Cerca de los días duraba aquel diluvio.Cerró la noche y en la
oscuridad,sonaba lúgubre el mugido del río.Sobre su negra superficie
reflejábanse,como inquietos pescados de fuego,las luces de las casas
ribereñas y los farolillos de los curiosos,que examinaban las orillas.
En las calles bajas,el agua,al extenderse,se colaba por debajo de las puertas.Las mujeres y los chicos refugiábanse en los graneros,
y los hombres,arremangados de piernas, chapoteaban en el líquido
fangoso,poniendo en salvo los aperos de labranza o tirando de algún
borriquillo,que retrocedía asustado,metiéndose cada vez más en el agua.
Toda aquella gente de los arrabales,al verse en las tinieblas de la noche,con la casa inundada,perdió la calma burlona de que había hecho alarde durante el día.
La dominaba el pavor de lo sobrenatural,y buscaba con infantil ansiedad una protección,un poder fuerte que atajase el peligro.
Tal vez esta riada era la definitiva. ¿Quién sabe si serían ellos los destinados a perecer con las últimas ruinas de la ciudad?
1957 . Texto de Vicente Blasco Ibáñez
https://es.wikipedia.org/wiki/Vicente_Blasco_Ib%C3%A1%C3%B1ez
No hay comentarios:
Publicar un comentario