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miércoles, 1 de junio de 2016

El Atlántico en Otoño de Pio Baroja

Octubre,en nuestras costas,es el verdadero principio del año; cuando la tierra empieza 
a enfriarse, el mar sigue templado.
En estos días tranquilos,suaves, de temperatura benigna, se pueden pasar las horas dulcemente
contemplando el mar. Las grandes olas verdosas se persiguen hasta morir en la playa;el sol
cabrillea sobre las espumas,y al anochecer algún delfín destaca su cuerpo y sus aletas negras
en el agua.

Ese espectáculo de las olas, tan pronto tranquilas en su marcha
como lanzadas a la carrera en un furioso galope,tiene a pesar de
su monotonía, un inexplicable interés. Es un líquido cargado de sales movido por el viento con un ritmo mecánico en su circulación,
y,sin embargo, da la impresión de una fuerza espiritual de lago 
infinito.

Los días de viento sur,los promontorios lejanos se ven con una 
claridad diáfana,y la costa de Francia y la de España se dibuja
como en un plano en el mar.
En estos días la arena no echa fuego, como en  el verano; espejean
los charcos dejados por la marea; el líquen de las rocas verdea más al sol;en los agujeros redondos formados por los "mangos de cuchillo" se escapan burbujas al pasar la ola; las algas negruzcas forman madejas semejantes a correas,y los fucus,y las laminarias,
y las gelatinosas medusas brillan en el arenal.

Al anochecer,el crepúsculo hace ostentación de su magia; el sol tiene fantasías,aparece en un fondo de nubes rojo,da a la superficie
de las olas reflejos rosados e inunda a veces el mar de luz dorada,
dejándolo como metal fundido.

Por marzo, cuando el invierno ha pasado; cuando la estufa,encendida por los rayos solares en el verano,se extingue por completo, el mar está frío. Entonces es la época de los grandes temporales, de las mareas vivas,con el flujo y el reflujo muy grandes.

1965  Texto de Pío Baroja

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