Y el nuevo endimión sueña,
y su sueño sin tacha es profecía
No ya la luna, el sol rige y porfía
-en el mástil ondea, alta la enseña-
partiendo en dos la bien colmada plaza.
La muchedumbre apiña su amenaza.
Un toro campa en la mitad del ruedo
Y con claro denuedo
pisa un héroe seguro,
héroe,sí, sin heráldica y sin saña,
héroe nuevo de España,
limpio el relieve de su gesto puro.
En la diestra,la espada;
la bandera en la zurda desplegada.
El emplazado bruto pasa y pasa.
Ancho,largo,profundo,
el héroe se acompasa
y se jalea, y en su orgullo preso,
cruel como un dios,disuelve,borra el mundo.
No, no existe ya eso.
Ni la redonda plaza,
ni la gloria que cálida le abraza
desde el tendido,ni la luz sonora
ni el rumbo ni la hora.
No existen más que un toro y un torero,
estimulando en planetaria masa
la lenta rotación de la faena.
Y el toro pasa y vuelve y no rebasa
la linde que le aprieta y le encadena.
Esa redonda conjunción que acaso
no repita ya el cosmos,tiene nombre:
el pase natural en cielo raso.
Y ese trágico,estrecho
eclipse,pase de pecho,
y ese corvo cometa, molinete,
y ese rayo,estocada.
Tinta la mano en sangre.Y de la nada
para volver a ser cada ser puja.
Colérica la plaza se dibuja
y millares de palmas baten palmas
y las gargantas crecen
y se hinchan y enfierecen
las sílabas del nombre de Belmonte.
Sueño, sí, fue del mozo
y ahora de nuevo nos parece sueño.
Pero entre un sueño y otro fue alborozo
mil veces y evidencia
de nuestra fe rayana en la demencia.
Venid acá, oh incrédulos,
vedle cómo se afianza
sobre el talón izquierdo bien posado;
la acompaña muñeca templa y tañe
a la lira que avanza
y humilla y tuerce y cruje y se comprime.
Mientras la mano diestra la esperanza
del claro acero esgrime.
Así nos la recorta y fija esquivo
-Trampa viva de luz- el objetivo.
Y aún mejor nos lo enrolla la madeja
de celuloide, el pacto del Diablo
que le soborna a Cronos su pelleja.
Mas no penséis,la estampa en vuestra mano,
o la pantalla enfrente,luminosa,
tardíos jueces de la noble lidia,
que esa actitud viril alzara en vano
su altivo pedestal sobre la envidia.
Arduo es ser gran torero.
Pero vencer la enorme pesadumbre,
tarde tras tarde,de la gloria cara,
sólo le es dado al hombre verdadero,
al hombre más que héroe,a la más rara
fatalidad de cumbre.
Súbita nube cierne
su sórdido rencor sobre el hastío
del violento gentío,
eléctrico y compacto.
El bochorno se espesa y se hace tacto,
y su horrenda membrana
estremece a su impúdico contacto
las diez mil frentes de la bestia humana.
Negro se torna todo ya y siniestro,
negras las almas y hasta el cielo opaco
se hura con cobardía de cabestro
a coronar la plaza.Abajo el diestro
se encadena a la roca de un morlaco
-soledad de titán-.Qué rompeolas
de espumas verdes,de amarillas furias.
Cómo le azotan bífidas injurias
de rojas fauces y erizadas golas.
Y en un instante elástico y heroico
rompe sus escalones de ludibrio,
y en un pasmo de arrojo y equilibrio
coagula,calma, amansa al paranoico,
jugándoselo todo, al todo o nada,
en el sublime albur de la estocada.
Rasgó el pitón la esquiva chaquetilla
y -pendular trofeo-
un cairel de oro,hilo de seda,brilla.
Mas la espada cavó su sepultura
deslizándose fúlgida hasta el pomo
y un mas de sangre surte y empurpura
la abovedada redondez del domo.
Ya las columnas su estupor pasean,
ceden,se bambolean.
bermeja,alzada en mudo señorío,
combado en desafío
Dejadle desplomarse. Que sucumba solo,
como un coloso.
Y el soberbio, en su foso,
a su propia grandeza se derrumba.
Al serenado cielo
remonta cegadora polvareda,
nubes,nubes de escombros.
Es la ovación,el triunfo,la humareda.
La turbia plebe se despeña y rueda
y mece al domador sobre sus hombros.
Yo canto al varón pleno,
al triunfador del mundo y de sí mismo
que al borde -un día y otro- del abismo
supo asomarse impávido y sereno.
Canto sus cicatrices
y el rubricar del caracol centauro
humillando a rejones las cervices
de la hidra de Tauro.
Canto la madurez acrisolada
del fundador del hierro y del cortijo.
Canto un nombre,una gloria y una espada
y la heredad de un hijo.
Yo canto a Juan Belmonte y sus corceles
galopando con toros andaluces
hacia los olivares quietos,fieles,
y -plata de las tardes de laureles-
canto un traje -bucólico- de luces.
Fin de la Oda a Belmonte
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