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viernes, 8 de septiembre de 2017

LA CAZA Ana de Badens



El mundo está vecino a la muerte, pues la halla en la vida. Fray Luis de León.
La historia, sencilla y rectamente contada, comenzó así:
Estabas de acuerdo conmigo cuando te dije que la ciudad, a pesar de todo lo que se dice de ella, no concede el goce íntimo, oculto, de un hombre sano con deseos de matar; aun tratándose de un deseo puro y expiatorio. Ay, quisiera que en este mismo instante estuvieras aquí para recordarme que estabas de acuerdo. Coincidías conmigo cuando le vimos ese par de vidrios fríos que miraban hacia adelante: eran unos ojos que se perdían materialmente tras de la mirada clara y cercada por la costura de unas pestañas negras. ¿Te acordás de la costura que vos viste de perfil, mientras el conducía, y que yo descubrí a través del espejo retrovisor? Para mí fue una sorpresa, para vos sé que no; ¿desde cuándo venías observando esos ojos, desde la niñez, desde antes tal vez? No sé, no se me ocurrió preguntártelo; desde el principio estabas en silencio.
Respiraba como las bestias, abría las fosas nasales para tragarse las sombras de la noche. No se te escapó eso, lo sé. Hasta en el aire algo era cómplice de esa necesidad de llegar lo antes posible. ¿Te acordás que le dijiste que había tiempo, que hasta el amanecer todo era inútil? Sin embargo, él, fascinado por la promesa certera de hundirse en el monte, estiraba los brazos y se prendía al volante como quien esta a punto de perder o recuperar algo. A los dos nos parecía que era una actitud contradictoria, pero no decíamos nada. Tampoco él dijo nada cuando vos hiciste un comentario pasajero: el delirio de un hombre que viaja solo en la noche constituye el manjar más codiciado de los fantasmas de la soledad. ¿Y qué queríamos que dijera si los dos sospechábamos que, en efecto, no era sino un fantasma?
Como al acecho, paladeaba el regusto descompuesto de la carga que llevaba sobre los hombros. Cebado en este estado delicioso, presionaba el acelerador hasta sentir en el pie la fuerza del motor que bramaba un alivio. Ahora me pregunto si en verdad lo desconocíamos tanto. No sé en tu caso qué ocurría: yo, en cambio, no dejaba de espiarlo por el espejo. Volvimos a quedarnos callados cuando dijo que la singularidad de un viaje reside - una vez finalizado - en los motivos por los cuales el viajero no ha sucumbido a la seducción propuesta por ese descubrimiento y, en cambio, decide retornar al punto de partida, sin duda menos atractivo.
En algunos momentos parecía que, en lugar de estar ansioso por llegar al monte, evocaba algo que ya había vivido. Vos lo notaste ¿no? Quiero decir que parecía un regreso. Y sí, recordá, hacé un esfuerzo y recordá: en una oportunidad había dicho que el jabalí recorre el camino que antes anduvo su ancestro.
"En este punto el relato se detiene. La relectura trae una visión nueva de todo lo escrito: algunas palabras no se ajustan al designio preestablecido por los pensamientos. Se retocan un par de adjetivos y, finalmente, surge el desequilibrio. Es necesario eliminar los dos últimos párrafos. Mientras el relato, ahora reducido, consigue la fuerza conceptual de su origen, asoma el recuerdo de Fray Luis de León con una cita que podría ser el acápite de lo narrado."
A medida que el paisaje de álamos empezaba a aserrar el contorno de la ruta, aparecía alguna reflexión que nos desconcertaba a los dos. No se me escapó del todo ésta: no es una condena moral, se trata de algo mucho más entrañable: la ciudad no cuenta con un cielo grande y abierto capaz de testimoniar el imperioso instinto purgatorio ¿Qué quería decir? Vos, más que yo, lo espiabas. A veces era una cadena: vos lo espiabas a él y yo te espiaba a vos. A través de tus gestos yo percibía el crescendo de la ansiedad de él reflejada en tu cara como una especie de infierno. Te confieso que te desconocía, y tenía miedo de perderte y quedarme a solas con él. ¿Por qué estabas tan empeñado en no hablar? Sí, ya sé que un cazador debe hacer el menor ruido posible, pisar y no quebrar, deslizarse con suavidad, aguzar el oído y contener la respiración, pero todo aquello era demasiado: todavía estábamos lejos del monte.
Ahora dudo de la nitidez con la cual aparecieron los cedros; fue tan terrible aquella hilera de altos signos oscuros que todavía siguen resultándome una escala absurda de la naturaleza. ¿Vos, tanto como yo y él, percibías ya el olor del monte? Cuando el pavimento cedió al estrecho camino de tierra descubrí el alivio que sintió al comprobar que no había llovido al menos durante los Últimos quince días. Sus manos acariciaban una vez más el volante en secreta señal de gratitud. Estabas distraído: no veías su sonrisa; era apenas el asomo de un gesto, pero había algo de mágico en el movimiento de su labio inferior.
Fue en aquel instante cuando sentí que vos y yo empezábamos a estar definitivamente de acuerdo. La voz de él nos llegaba a los dos de la misma manera: desde un lugar lejano y completamente desconocido. Los dos reconocimos a Fray Luis de León en la cita, ¿pero fue en ese momento o mucho después cuando entendimos lo que significaban los sonidos de esas palabras? ¿Para qué o para quién había hablado? Nunca antes me había sentido tan cerca de alguien como en aquel instante; Vos y yo nos fundimos en una especie de temor primario hasta el borde de un abismo desconocido. Es el peligro que corre la piel fina , de pronto se reduce a la grandeza de las bestias. ¿Será que es devorada por ella misma en su afán por rechazar lo irracional? ¡Ah, no, qué ingenuo!
El auto ya estaba detenido frente a la cabaña y el casero hacía señas desde la puerta. Los pequeños ruidos del motor caliente se convertían en mensajes - indescifrables para nosotros dos. La luz del farol se movía y nos atraía, ¿te acordás? Nos quedamos paralizados; lo dejamos a él primero.
"El relato, sorpresivamente, vuelve a interrumpirse y aparecen unas líneas que tachan lo que luego sería el acápite: "El mundo está vecino a la muerte, pues la halla en la vida". El ritmo decae con velocidad del rayo. Al describir la escena de las armas se percibe la mano firme que quita 'al verlas siente la vibración del animal sorprendido que expide el sudor del pánico'. Inexplicablemente para el supuesto lector, el relato continúa sin aquellas palabras."
- ¿Cuánto hace que no llueve?
- Una quincena por lo menos, patrón.
- Bien. Prepara los perros; y fíjate que no falte el Pinto, es el más salvaje.
- Pierda cuidado, patrón; ya lo creo que es salvaje.
- Apúrate, empieza a amanecer.
De este diálogo no dudabas, claro. Los dos éramos testigos. Estábamos cansados del viaje, pero todavía lúcidos. De esas palabras no había nada que decir: claras como el agua.
La coincidencia continuó cuando empezó aquel olor desagradable que nos hizo mirarnos a pesar de la oscuridad. ¿Y la sombra? La sombra que apareció de pronto y que nos llenó de terror ¿fue enseguida o habían pasado años? En cuanto empezó a caminar, delante de nosotros dos, vimos bien, porque locos no estuvimos nunca. Acordate: fue una magnífica impresión de potencia; feo, hirsuto, de largo morro, cuartos traseros más bajos que los delanteros. Nunca podré olvidar la espléndida musculatura en su brazuelo y en su estrecha nuca. Lo vimos varias veces delante de nosotros guiándonos hacia el corazón del monte, estaba vivo, musculado, rápido, limpio.
Su nariz alargada recogía todos los olores que cargaba el viento. ¡Cuánta finura en su percepción! Creíamos haberlo perdido definitivamente cuando empezó a correr y a revolcarse en el cieno. ¿Durante cuánto tiempo resistiremos vos y yo esta velocidad de infierno, pensábamos? De pronto se detuvo; el lomo peludo estaba húmedo y sus ojos nos miraban como centellas. Vos y yo ya estábamos perdidos y gritábamos sólo al Pinto, que, inexplicablemente, estaba de su lado. Entonces eran cuatro los ojos que nos miraban desde la aguada. Yo todavía trataba de pensar en él, en cómo había sido capaz de venírsenos encima y…
"El relato llega a su parte final sin demasiadas notas aclaratorias sobre cómo fue en verdad la caza del jabalí. La línea general no se aparta de la narración recta y tradicional; sólo es sospechosa la muerte del cazador en un lugar tan apartado de la zona. ¿Cómo fue posible que llegara a morir allá donde el jabalí no habita? Y lo más increíble todavía es que apareció con un tiro en la cabeza."
Todo esto, vos y yo, ¿nos lo explicamos? ¿El fantasma que debía morir era él - que nos llevó engañados hasta el monte -, o lo éramos nosotros confundidos en el simple deseo del suicidio?

Fin

27-9-1981, La Nación, Argentina.



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