Buscador del Blog

2

jueves, 2 de octubre de 2014

Los fantasmas y demonios existen





Hola, Mi nombre es Fernando E. Sobenes Buitrón, soy el autor de la novela de terror: El Visitante Maligno y te saludo desde Venezuela.
Quiero invitarte a ver el book tráiler de mi nueva novela:
El Visitante Maligno II. Estará disponible en Amazon (kindle) a partir del 01 de noviembre de 2014.
"Los fantasmas y demonios existen, pero solo tú los puedes ver y sentir. Habitan en tu cabeza acechándote hasta el día de tu muerte. O quizás más allá"
 
Mi primera obra: El Visitante Maligno está disponible en:http://www.amazon.com/dp/B005H2UW4A

Puedes leer la primera parte: La Sombra de la Muerte en:
http://elvisitantemaligno.blogspot.com/p/bitacora-del-blog.html
Me puedes encontrar en:
Facebook
Blogger:
Twitter:
@fernandosobenes


 
De igual manera, tengo el placer de presentarte el prólogo de mi segunda novela:

“El Visitante Maligno II” de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.  Ojalá sea de tu agrado…

PRÓLOGO

El sol anunciando el ocaso del día descendía lentamente en el horizonte de un cielo completamente despejado inundando el firmamento con un matiz naranja, mientras se ocultaba arrebatando la claridad de una jornada más que se aproximaba a su final; creando una hermosa escena. Era la mano majestuosa e incomparable de la naturaleza que en su infinita sabiduría, dibujaba una obra de arte para el deleite de los espectadores; quienes contemplaban extasiados la maravillosa e imponente puesta del astro rey. Para algunos era una obra divina y para otros simplemente un fenómeno natural. Pero eso no era importante; lo evidente y trascendental, era que se encontraban ante un magnífico espectáculo de gran hermosura…
En aquel momento, un niño de unos tres años de edad corría entusiasmado persiguiendo a las palomas amontonadas en el suelo, mientras éstas huían tratando de eludir a su diminuto acosador. Algunas emprendían el vuelo desplegando con rapidez sus alas blancas, grises y negras, en tanto que otras caminaban raudamente tratando de evadir a su importuno visitante. Esto duraba solamente unos segundos ya que las aves —habituadas a las personas— al parecer sabían que siempre tendrían alguna visita de esos molestos gigantes que en lugar de alimentarlas, disfrutaban asustándolas; pero luego de unos instantes aterrizaban retornando al mismo lugar buscando algo de comida.
Aún permanecía mucha gente paseando en la plaza, tomando fotos y observando el solemne lugar con admiración y devoción. En el centro yacía un formidable obelisco de piedra de veinticinco metros de altura y trescientas toneladas de peso de color cemento oscuro conocido como testigo mudo; solemnizando la crucifixión de san Pedro, el cual se hallaba posado sobre un granítico cuadrado de color gris. En su cúspide, erguido de manera imponente apuntando hacia el infinito, se encontraba el símbolo máximo de la cristiandad: una cruz metálica que descansaba sobre una estrella de doce puntas, cuya base era un adorno semejante a copas invertidas y soportada por una estructura metálica adherida al pétreo monumento. En ambos lados a treinta metros de distancia, podían observarse dos fuentes de piedra de forma circular que contaban con tres niveles de altura y destacaban por la belleza de su diseño. Desde sus cúspides fluía constantemente el líquido cristalino derramándose hacia la parte inferior realzando fastuosamente su esplendor. Ambas centraban la atención de los visitantes, principalmente de los creyentes quienes las fotografiaban deseando poder guardar un recuerdo de su presencia en ese sitio tan especial, que los envolvía en un aura de religiosidad y emoción, por encontrarse en el epicentro de la cristiandad debido a lo que representaba para ellos. El venerado lugar estaba rodeado de columnatas constituidas por casi trescientas columnas dóricas de trece metros de altura. Sobre éstas circundando la plaza, se situaban las estatuas de ciento cuarenta santos, realizadas en los siglos XVII y XVIII. En la parte frontal con seis metros de alto se elevaban imponentes las níveas efigies de: Cristo, Juan Bautista y los once apóstoles, silentes testigos de excepción de toda la historia que guardaba ese lugar y de la devoción de sus peregrinos. Durante generaciones miles de éstos acudían allí con el fin de profesar su fervor a unos hombres ungidos por Dios como sus representantes en la tierra, que imponían normas y designios según su iluminada percepción y su comunicación con el Altísimo. Inmediatamente después, estaba la maravillosa basílica de San Pedro con su famoso «Domo» creado por el inmortal Miguel Ángel.
Exactamente al extremo opuesto como un cajón abierto desde donde desembocaban los vehículos se hallaba la Vía della Conciliazione, con medio kilómetro de longitud. Única ruta de acceso vehicular al magno y venerado lugar ubicado en El Vaticano: pequeño enclave rodeado por un muro de más de tres kilómetros de longitud y ocho metros de altura, que servía como frontera entre Italia y la Santa Sede…
Vista desde el aire, la imponente obra del genial artista italiano Gian Lorenzo Bernini: La Plaza de San Pedro con trescientos veinte metros de longitud y doscientos cuarenta de ancho, mostraba dos especies de ganchos a los lados en forma elíptica. Algunas personas decían que la configuración de la basílica unida a la plaza evocaba a un cuerpo humano: la cúpula era la cabeza, la basílica el cuerpo y los arcos de la plaza: “los brazos abiertos de la Santa Madre Iglesia que recibía amorosa a todos sus hijos”.
En el interior de una de las edificaciones se encontraba un amplio aposento con el techo cubierto de frescos rememorando el Vía Crucis*. Las catorce estaciones desde que Jesús fue condenado a muerte, luego en su trayecto hacia el cadalso y finalizando en la sepultura. Aquellos históricos y trascendentales momentos estaban plasmados en un gran mosaico de exquisita calidad, constituyendo una regia obra de arte. El piso elegantemente diseñado era de mármol en forma de rombos de color marrón y beige; y relucía como un espejo, reflejando todo lo que se encontraba sobre éste. Las paredes de color marfil se hallaban engalanadas con retratos de los rostros de diversos papas y entre todas ellas, resaltaba un formidable e imponente crucifijo de ébano de tres metros de altura en la parte central. En el espacioso recinto se podía percibir una atmósfera de solemnidad y misterio. Parecía que los más de los dos mil años de historia de la Iglesia Católica se encontraran emanando de aquellas pinturas, flotando entre sus paredes y escurriéndose a través de las ventanas y resquicios de las puertas tratando de alcanzar al resto de los mortales con esa sensación mística, tan especial y poderosa.
En aquella cámara, ajenos a lo que sucedía en el mundo exterior estaban dos personas: un sacerdote vestido de sotana negra con botones y fajín morado. Tenía en su cuello el inconfundible cleriman blanco con una cadena dorada que terminaba en cruz, quien permanecía en silencio sentado alrededor de una gran mesa rectangular tallada en madera de color marrón oscuro. Contaba con cincuenta y cinco años de edad; de mediana estatura, calvo, de tez blanca, nariz aquilina y lentes dorados. Era el monseñor Giovanni Bono, secretario personal del papa quien llevaba con éste más de quince años. Sobresalían en él sus ojos castaños que poseían una mirada profunda. Algunos de los que lo conocían decían que: daba la impresión de poder traspasar la mente de una persona. Había sido nombrado asistente personal del actual papa desde que Su Santidad fue ordenado cardenal. Doctor en derecho canónico, se comentaba que: era el poder detrás del trono. Los cardenales lo veían con envidia a la vez que respeto ya que era una influencia indiscutible en las decisiones del santo padre.
* El Vía Crucis o “Camino de la Cruz”: Hasta 1991 estaban consideradas catorce estaciones que vivió Jesús desde el instante en que fue capturado hasta su muerte y sepultura. En ese año Juan Pablo II promueve una reforma mediante la cual se le agrega otra etapa que contempla la resurrección de Cristo aparte de algunas modificaciones en el desarrollo de los acontecimientos que tradicionalmente se venían observando, quedando de esta forma en quince estaciones…
A la izquierda del religioso estaba un hombre de unos sesenta años: alto, delgado y de ojos verdes que sobresalían en su rostro trigueño; cabello corto y canoso. Vestía un traje y corbata de color azul oscuro, camisa celeste y una diminuta cruz dorada en la solapa izquierda, quien observaba con atención las imágenes en su ordenador personal tipo Tablet. Éste finalizó de revisar su dispositivo electrónico y dirigió la vista hacia el religioso.
El prelado se retiró los anteojos y sin darles importancia, empezó a limpiar los cristales con una pequeña tela azul. Como si tratara de darse tiempo de pensar en lo que quería decir. Luego volvió a colocarse las gafas y se dirigió a su interlocutor:
—Es necesario que podamos tener la certeza de lo que aconteció en ese pueblo de los Estados Unidos a nuestro querido hermano Piero Rivetti y a los otros sacerdotes, que lamentablemente fallecieron y se encuentran en el regazo de nuestro amado Señor. Tengo la orden de Su Santidad de autorizar que le sean proporcionados todos los recursos necesarios para aclarar este asunto; y demostrar si estos luctuosos hechos fueron producto de actos irracionales cometidos por el hombre, o de alguna manera, estuvieron influenciados por la presencia nefasta del mal encarnado en el infame y abyecto Satanás.
—Su Santidad— continúo hablando el sacerdote— al igual que el resto de los cardenales, no tienen duda que en este terrible caso está claramente de manifiesto la infausta y maligna actuación de las fuerzas contrarias a la fe en Cristo. Estamos convencidos de ello. Más es necesario tener una prueba fehaciente con la finalidad de disipar dudas, y poseer un caso de referencia real y evidente de la presencia del demonio entre los hombres. Pero aún es más importante; demostrar a quienes dudan o carecen de fe que están equivocados, y hacerles entender sobre la fundamental misión de nuestra Iglesia para salvaguardar las almas de los fieles.
Su interlocutor era Roberto Missarelli. Hombre católico, abogado, egresado de la Universidad de Roma, especialista en derecho penal y experto en seguridad; además de poseer una amplia experiencia en materia de investigación criminal. Natural de Milán, Italia, hablaba además del italiano: inglés, francés y latín. Culminó sus estudios con honores en la Scuola di la Polizia di Stato, tuvo la oportunidad de especializarse en Scotland Yard y en el FBI. Después de una carrera exitosa de veinte años en la policía criminal italiana y diez años como director del Servicio Vaticano de la Policía Italiana, se había retirado y ejercía la práctica del derecho. Además se desempeñaba como asesor de la ciudad de la cristiandad en asuntos policiales y todo lo relacionado con seguridad; lo cual implicaba lo concerniente a investigación criminal, protección e inteligencia. Gozaba de un gran prestigio y el respeto de Su Santidad y gran parte del cuerpo cardenalicio —aunque no la simpatía de todos—. Fue designado por el anterior papa en el caso de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos ocurridos en Irlanda durante varias décadas, con la finalidad de investigar a los religiosos que estuvieran implicados y hallar a los responsables; pero de una manera en la que “no perjudicara a la Santa Madre Iglesia”. Sus empleadores esperaban que el doctor Missarelli, producto de su fe en la Iglesia Católica, actuara de una manera “adecuada” con la finalidad de evitar escándalos que lesionaran de alguna manera la menguada imagen del clero. Pero craso error. El entonces director era en verdad un fiel devoto y cristiano practicante pero además, un experto y excelente policía quien cumplía su trabajo de manera brillante y objetiva; siempre había obrado con honestidad y profesionalismo. Luego de una investigación conjunta con la policía irlandesa, presentó un informe tan demoledor que al santo padre no le quedó más remedio que solicitar la renuncia de algunos obispos y otros sacerdotes, que obraron de una manera “impropia e inconveniente, no acorde con la labor sacerdotal”. Pero la verdad era que en la mayoría de los casos, se había cambiado de ubicación al clérigo implicado, enviándolo a que continuase con su “misión pastoral” a otras latitudes con la finalidad de aplacar “las molestias de las presuntas víctimas de dichas conductas desafortunadas”. Únicamente en los casos donde la opinión pública ejerció mayor presión, el sucesor de san Pedro se vio forzado a retirar al infractor. El asesor y el arzobispo se habían visto en varias ocasiones; en algunas ceremonias y otras actividades, pero nunca tuvieron ocasión de conversar. El abogado observaba al sacerdote en silencio. Miraba esos ojos castaños que lo escudriñaban con suspicacia. Sin duda se hallaba ante una persona muy sagaz que además, contaba con el máximo respaldo lo cual lo hacía peligroso para quienes osaran contradecirlo. Conseguir una cita con el monseñor Bono era casi tan difícil como obtenerla con el papa, y ahora se hallaba frente a él. Sabía que por la gravedad de la situación, había sido elegido por el mismísimo vicario de Cristo para lidiar con este asunto.
—Doctor Missarelli—continuó el prelado—Como usted sabe esto se debe guardar en el más absoluto secreto y toda la información así como los resultados que obtenga, me los deberá entregar directamente. Nadie absolutamente, debe conocer el producto de su investigación. Estoy completamente seguro que contamos con vuestra discreción.
—De eso no tenga duda monseñor—contestó Roberto—Todo lo que averigüe lo guardaré en la más absoluta reserva. Tiene mi palabra.
—Muchas gracias doctor Missarelli, no esperaba menos de usted. Bueno, iba a mostrarme la información que ha obtenido…
—Así es monseñor—respondió Roberto—. Tengo la grabación que se tomó del lugar donde acaeció la muerte del padre Rivetti. Pero permítame advertirle que las imágenes son bastante elocuentes y desagradables.
—Descuide doctor. Muéstreme todo lo que ha recabado y así podré informar a Su Santidad en detalle.
El asesor accionó su Tablet y simultáneamente se encendió una gran pantalla al fondo del salón empezando a reproducirse el video. Ambos permanecieron en silencio mientras observaban las imágenes.
—Doce de noviembre de 2011. Lago Feliz, Florida, Estados Unidos de América. Iglesia de Lago Feliz 07.00 horas — dijo una voz invisible masculina en italiano proveniente de la grabación....


Nota Facilitada por Biblioteca Virtual Hispanica, por medio de su Foro


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario